Santiago
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¿Quién es este Santiago? Sin duda el "hermano del Señor" mencionado en
el Evangelio cuando se habla de su madre (Mc 15,40 y 16,1). Y
sin embargo, algunos años después de Pentecostés, aparece siendo
el jefe, diríamos el obispo, de la comunidad de Jerusalén (He
21,18). Cuando el evangelio comenzó a propagarse, parece que fue
considerado como el responsable de todas las comunidades cristianas
con mayoría judía establecidas en Palestina. De todos los apóstoles
era el más apegado a las tradiciones judías (a la inversa de Pablo).
Les enseña cosas sencillas y prácticas, inspiradas en la sabiduría
del Antiguo Testamento: la religión auténtica se reconoce en la
manera de vivir y en cómo tratamos a los que nos rodean. Pero
también parece que esta carta fue redactada, en la forma en que
la recibimos, posteriormente a las cartas de Pablo (ver 2,14-25).
Los cristianos de origen judíos son llamados aquí las "doce tribus
dispersas" en todas las naciones; se usaba entonces el término
"la diáspora", esto es "la dispersión", para designar a los judíos
que vivían fuera de su patria.
Capítulo 1
Salutación
1:1 Santiago,
siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus
que están en la dispersión: Salud.
La sabiduría que viene de Dios
1:2 Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis
en diversas pruebas,
1:3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
1:4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis
perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
1:5 Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala
a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le
será dada.
1:6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante
a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de
una parte a otra.
1:7 No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa
alguna del Señor.
1:8 El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus
caminos.
1:9 El hermano que es de humilde condición, gloríese
en su exaltación;
1:10 pero el que es rico, en su humillación; porque él
pasará como la flor de la hierba.
1:11 Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba
se seca,
su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también
se marchitará el rico en todas sus empresas.
Soportando las pruebas
1:12 Bienaventurado el varón que soporta la tentación;
porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona
de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.
1:13 Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte
de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él
tienta a nadie;
1:14 sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia
es atraído y seducido.
1:15 Entonces la concupiscencia, después que ha concebido,
da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la
muerte.
1:16 Amados hermanos míos, no erréis.
1:17 Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de
lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni
sombra de variación.
1:18 El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad,
para que seamos primicias de sus criaturas.
Hacedores de la palabra
1:19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para
oír, tardo para hablar, tardo para airarse;
1:20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
1:21 Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia,
recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar
vuestras almas.
1:22 Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos.
1:23 Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de
ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo
su rostro natural.
1:24 Porque él se considera a sí mismo, y se va,
y luego olvida cómo era.
1:25 Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la
libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino
hacedor de la obra, éste será bienaventurado en
lo que hace.
1:26 Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena
su lengua, sino que engaña su corazón, la religión
del tal es vana.
1:27 La religión pura y sin mácula delante de Dios
el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas
en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
Capítulo 2
Amonestación contra la parcialidad
2:1 Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor
Jesucristo sea sin acepción de personas.
2:2 Porque si en vuestra congregación entra un hombre con
anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra
un pobre con vestido andrajoso,
2:3 y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida
y le decís: Siéntate tú aquí en buen
lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en
pie, o siéntate aquí bajo mi estrado;
2:4 ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos,
y venís a ser jueces con malos pensamientos?
2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido
Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos
del reino que ha prometido a los que le aman?
2:6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os
oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a
los tribunales?
2:7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre
vosotros?
2:8 Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo,
bien hacéis;
2:9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis
pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.
2:10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere
en un punto, se hace culpable de todos.
2:11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio,
también ha dicho: No matarás.
Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho
transgresor de la ley.
2:12 Así hablad, y así haced, como los que habéis
de ser juzgados por la ley de la libertad.
2:13 Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que
no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.
La fe sin obras es muerta
2:14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará
si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá
la fe salvarle?
2:15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen
necesidad del mantenimiento de cada día,
2:16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos,
pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo,
¿de qué aprovecha?
2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta
en sí misma.
2:18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo
obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré
mi fe por mis obras.
2:19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También
los demonios creen, y tiemblan.
2:20 ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras
es muerta?
2:21 ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro
padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?
2:22 ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus
obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?
2:23 Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó
a Dios, y le fue contado por justicia,
y fue llamado amigo de Dios.
2:24 Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las
obras, y no solamente por la fe.
2:25 Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada
por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió
por otro camino?
2:26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto,
así también la fe sin obras está muerta.
Capítulo 3
La lengua
3:1 Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de
vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación.
3:2 Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en
palabra, éste es varón perfecto, capaz también
de refrenar todo el cuerpo.
3:3 He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos
para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
3:4 Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas
de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño
timón por donde el que las gobierna quiere.
3:5 Así también la lengua es un miembro pequeño,
pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán
grande bosque enciende un pequeño fuego!
3:6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está
puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama
la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el
infierno.
3:7 Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes,
y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana;
3:8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal
que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
3:9 Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a
los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.
3:10 De una misma boca proceden bendición y maldición.
Hermanos míos, esto no debe ser así.
3:11 ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua
dulce y amarga?
3:12 Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir
aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente
puede dar agua salada y dulce.
La sabiduría de lo alto
3:13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?
Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.
3:14 Pero si tenéis celos amargos y contención en
vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis
contra la verdad;
3:15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo
alto, sino terrenal, animal, diabólica.
3:16 Porque donde hay celos y contención, allí hay
perturbación y toda obra perversa.
3:17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente
pura, después pacífica, amable, benigna, llena de
misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.
3:18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que
hacen la paz.
Capítulo 4
La amistad con el mundo
4:1 ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre
vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten
en vuestros miembros?
4:2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis
de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis,
pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.
4:3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal,
para gastar en vuestros deleites.
4:4 ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que
la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues,
que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
4:5 ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu
que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?
4:6 Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste
a los soberbios, y da gracia a los humildes.
4:7 Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de
vosotros.
4:8 Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.
Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo,
purificad vuestros corazones.
4:9 Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta
en lloro, y vuestro gozo en tristeza.
4:10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.
Juzgando al hermano
4:11 Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El
que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley
y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor
de la ley, sino juez.
4:12 Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder;
pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?
No os gloriéis del día de mañana
4:13 ¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana
iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y
traficaremos, y ganaremos;
4:14 cuando no sabéis lo que será mañana.
Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina
que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.
4:15 En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor
quiere, viviremos y haremos esto o aquello.
4:16 Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda
jactancia semejante es mala;
4:17 y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.
Capítulo 5
Contra los ricos opresores
5:1 ¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias
que os vendrán.
5:2 Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están
comidas de polilla.
5:3 Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará
contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como
fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros.
5:4 He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado
vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado
por vosotros; y los clamores de los que habían segado han
entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.
5:5 Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos;
habéis engordado vuestros corazones como en día de
matanza.
5:6 Habéis condenado y dado muerte al justo, y él
no os hace resistencia.
Sed pacientes y orad
5:7 Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del
Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso
fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba
la lluvia temprana y la tardía.
5:8 Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros
corazones; porque la venida del Señor se acerca.
5:9 Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que
no seáis condenados; he aquí, el juez está
delante de la puerta.
5:10 Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción
y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.
5:11 He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren.
Habéis oído de la paciencia de Job,
y habéis visto el fin del Señor, que el Señor
es muy misericordioso y compasivo.
5:12 Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis,
ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento;
sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no,
para que no caigáis en condenación.
5:13 ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga
oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas.
5:14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame
a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole
con aceite
en el nombre del Señor.
5:15 Y la oración de fe salvará al enfermo, y el
Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados,
le serán perdonados.
5:16 Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por
otros, para que seáis sanados. La oración eficaz
del justo puede mucho.
5:17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las
nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y
no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses.
5:18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra
produjo su fruto.
5:19 Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de
la verdad, y alguno le hace volver,
5:20 sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino,
salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de
pecados.
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